jueves, 4 de junio de 2009

Caballistas.

Los caballistas se fueron colocando en ambas orillas para hacer el paseíllo y, cuando el Simpecado ya estaba en el centro del vado, los peregrinos que habían aguardado su llegada fuera del agua, se metieron. No importaban los botos, los trajes o los pantalones. Y si hacía falta, descalzos. Lo importante era estar allí.

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